miércoles, 1 de febrero de 2012

Las alazanas

Yo no las viví, bueno, una que otra, pero nunca he dudado de la veracidad de las historias de mi carnavalito, algunas son realmente tragicómicas como la vez que mató a un gato (un amigo se mostraba indignadísimo con este asunto y nos preguntaba cómo podíamos reír de eso, le tuvimos que pedir a Pepe que repitiera su historia y el otrora indignado no paraba de reír) y otras historias son simplemente inverosímiles como la vez que nos perdimos en la Izta y encontramos una cabaña en medio de la noche, sobre esta última prometo escribir después.

La de ahora se intitula "Las alazanas", y seguro él podría contarla mejor, así que está en revisión la versión que yo les pongo. (Ey tú, corrígeme cuando te des una vuelta por el blog)

Las alazanas

Fue durante las vacaciones de verano. El semestre anterior conoció a una diseñadora que acababa de titularse; la familia de la señorita la reclamaba para que regresara al pueblo. Ese era el trato cuando ella se fue. Como último recuerdo de la ciudad se llevó a Pepe a conocer su pueblo.
A la familia no le gustó nada que su nena regresara acompañada, lo vieron de arriba a abajo con desconfianza, ¿por qué había ido?, ¿qué intenciones tenía?, ¿cuánto tiempo se iba a quedar? y, lo más importante ¿dónde iba a dormir?

Lejos de la nena, por supuesto, así que lo mandaron con el primo que vivía a unos cuantos kilómetros; a Pepe no le gustó, pero ya estaba ahí y aceptó quedarse, además el primo vivía solo y no era tan mamón como el resto de la familia.

Era muy difícil ver a la diseñadora, ella iba dejando claro que lo último que quería era un pleito con su padre. Pepe ya había decidido irse del ranchito, ahí tierra árida, no había mucho que hacer y la morra, día a día lo iba desconociendo más.
Casi a punto de irse, el primo lo invitó al campo, para que lo acompañara a ver su siembra, Pepe que le encanta caminar y andar por el campo aceptó la invitación de inmediato. Al día siguiente por la mañana se internaron en el monte, subiendo y bajando colinas, hasta que al fin llegaron: el campo estaba lleno de mar y guana.

El primo le hablaba con amor a las plantas y las mostraba con orgullo, Pepe no sabía que decir, el recelo de la familia empezaba a tener sentido, tenía una mezcla de emoción y nervios. De pronto se empezó a ver a lo lejos una hilerita bajando un cerro, pequeñas hormigas verde olivo que conforme se acercaban fueron tomando forma. Eran militares.

Un sudor frío recorrió el cuerpo de Pepe. ¿qué explicación podría valer en esas circunstancias?
Lo único que se podía hacer era correr. El primo también estaba nervioso, pero en un intento por no caer en la desesperación, recordó un camino por el monte que los sacaría al pueblo, así que tomaron esa vereda, apenas unos paso y dudo, indiscutiblemente tenían que regresar a la casa, porque una vez que los militares sondearan a la gente para preguntar de quién eran las matas, era seguro que irían a su casa, y una vez ahí se llevarían todo lo que encontraran, por eso tenía que ir a sacar los otros costales de la preciosa yerba, y llevarse todo lo que pudiera. Pero había un problema, las alazanas pensó en voz alta, y Pepe con los militares siguiéndoles los pasos, le dijo al primo que no la chingara, olvídate de las yeguas cabrón, las alazanas no son yeguas, contestó el primo, son dos muchachas salvadoreñas que quieren a cruzar al otro lado, me están esperando en una cabaña.

El primo le dijo que no las podía dejar ahí, pero tampoco podía retrasarse en sacar los costales y otras cosas personales, incluyendo la mochila de Pepe que bastaría para que lo ficharan, así que le pidió que él fuera por ellas. Pepe dudó por un instante, pero la idea de dejar a las muchachas en manos de los militares le bastó para saber que si no iba por ellas no iba a poder estar tranquilo. El primo le indicó en donde se encontrarían todos más tarde.

Llegó a la cabaña, el primo las tenía encerradas, y las chavas estaban asustadas. Pepe no les dio muchas explicaciones, e incluso se resistieron a ir con él pero al mencionar que los militares estaban cerca, las chicas lo siguieron de inmediato, además de ser mujeres eran inmigrantes. Cuando al fin, luego de una larga caminata y todavía con nervios, llegaron al pueblo, el primo ya los estaba esperando en el lugar fijado.

Las alazanas se pusieron nerviosas de solo verlo, parecían temerle. El primo le entregó su mochila a Pepe, luego lo llevó aparte.
Tengo que esconderme, le dijo, no puedo quedarme, tampoco puedo llevarlas a ellas. Llévalas tú. Te voy a dar un dinero para el viaje y cuando llegues a la frontera le puedes pedir más dinero a su familia.

Pepe no esperaba eso, él pensaba recoger su mochila y regresar al df. Se negó, le dijo al primo que no, que él no podía. El primo le insistió, las alazanas miraban la escena a lo lejos. Pepe las miró, eran casi unas niñas. Se volvió a negar, el primo las llamó y les dijo lo mismo que a Pepe. Lo miraron, la más pequeña se acercó a él, le dijo "llévanos" y luego, en voz bajita "no nos dejes con él".

Pepe ya no tuvo de otra, aceptó el dinero si reparar en que era muy poco para cubrir los gastos que implicaba cruzar el país con dos indocumentadas. Se despidió del primo y luego de llevar a las alazanas a comer, empezó a hacer planes para iniciar el viaje.

Al principio las chicas no hablaban mucho pero en los cortos trayectos que iban recorriendo Pepe se enteró que las alazanas eran hermanas, ambas menores de edad, la más pequeña tenía 13 años y la mayor 17, habían emprendido el viaje tres meses antes, su madre las esperaba en el otro lado, les había mandado dinero para el viaje, todo lo que llevaban al llegar a México lo habían entregado al primo que además de sembrar mar y guana también era coyote, pero él las había retenido en la cabaña desde un mes y medio antes y ese tiempo tenían de no poder comunicarse con su mamá.

Pepe iba viajando poco a poco hacia el norte del país, intentando escoger el transporte local para ir de un pueblo a otro, viajando tempranito , calculando que a esas horas llamarían menos la atención.

El dinero iba escaseando. No sólo el dinero se consumía en el transporte y la comida, ellas no tenían más ropa que la que traían puesta. En algún pueblo ya más o menos cercano a la frontera se detuvieron a comprar ropa usada.

Poco a poco Pepe y las salvadoreñas se fueron haciendo amigos, ellas le contaron su travesía desde que salieron del salvador, hasta llegar al encierro desesperante en las que el primo las mantenía, contaron como éste intentó muchas veces abusar de ellas sexualmente, además les habían quitado todo lo que llevaban. Lo único que recordaban era la dirección de una persona que en Tijuana se encargaría de pasarlas. Ahí debían llegar.