viernes, 27 de noviembre de 2015

Foto literaria IX

Fue un niño temeroso de Dios. Cuando le dijeron que Dios todo lo ve, sus ojos crecieron desorbitadamente. Le parecía espantoso no tener un escondite. Cuando se tocaba, ahí estaba Dios, cuando iba al baño y tenía diarrea también estaba y así en cada momento de su vida. Si le gustaba una niña, si en silencio decía groserías, si una persona le parecía horripilante, etcétera. De pronto el mundo era pequeño y Luis era un gusano al que Dios observaba, lo peor era que se lo imaginaba reprobando todo lo que él hacía. Luis no era bueno casi nunca, sus acciones buenas o malas siempre eran motivadas por un interés. Él era así y lo sabía, por eso cuando imaginaba a Dios siguiéndolo se sentía culpable. Culpable de ser él.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Érase que se era

Hoy que escuché la canción de Silvio Érase que se era, me acordé que en otro tiempo fui del CCH. Pude pensar en Voz, que ha permanecido como un tabú en mi vida,  sólo puedo recordarlo un breve instante, como si hacerlo fuera un pecado.

Siempre imaginaba a otra gente al oír la canción, pero hoy vi que la imagen de fondo somos él y yo a los 17 años, con la vida nueva que todo adolescente tiene. Con mis libros de poesía, con mis brackets, con mi nuevo corte de cabello, con las ganas de dar algo, con el miedo de encontrar lo que buscaba. 

Estoy con él y me sube a sus pies, bailamos. Estoy con él y quiere tocar mis nalgas y yo lo detengo. Estoy con él acostada sintiendo algo que no es un orgasmo pero se le parece. 

Nuestra historia fue hermosa.

Ese amor era algo bueno y había que ser tonto para no saberlo. Si los padres no importan y la única certeza es la cara de un hombre, sus sueños, sus ideales, en esa época de ideales. Aquello no era algo cotidiano. Ese amor daba valor, el valor de ser la mujer.

Esta canción va por él y su recuerdo, por sus palabras, por lo que tomó de tal o cual autor o tal y cual actor para mostrarme algo, una cosa parecida al cariño, a la desesperación y la imposibilidad. Faltaba casi el doble de años para un amor que de tan grande y tremendo daba miedo. Miedo de no conocer a otros, a otras, miedo de estacionarse y dejarse avasallar por ese amor que no podía, que no debía ser tan bueno. No todavía, era poca edad y siempre hace falta vivir.

Y sin embargo, sí era, era amor del que desespera, del que hace llorar, del que promete y alimenta, del que podría hacer pasar hambre y dolor, un amor joven y lleno de sueños. No sé si hablar de pureza porque no es la palabra que busco pero se acerca a lo que quiero describir: aquello era la fantasía de ser la mujer que el otro quiere, tener la sospecha de que sí sé es. Cuando él estaba preso le regalé un cuaderno con escritos míos, en el que le decía: como quisiera ser esa mujer, pero no soy.

Sí eres, me diría meses después, en una nueva libreta ahora con escritos de él, llena de esa sospecha, de ese presentimiento de que algo se perdió. Algo que importaba.

Sí eras, diría años después. Yo ya no era y por tanto él tampoco, nos habíamos dejado, sin vuelta. En ese tiempo de estar juntos hubiéramos podido agotar, exprimir esto de los corazones, casarnos, hacer el amor hasta el hartazgo y quizá luego pensar que no éramos. Que siempre no.

¿Cuál es la diferencia ahora? 

A la par de ésta existen miles de historias. Decir, por ejemplo, que aprendimos a amar, que aquello sigue, que el hartazgo no es necesariamente EL final. 

Este hombre me dijo algo al oído, algo mío, de mí, no es broma, tengo el valor para defender lo que me gusta, para amar.


Una sól@ se queda con su historia, con la posibilidad de contarla e incluso cambiarle el final.









 

Don Moi

No lo conocí.
 
Cuando alguien muere se va con él la riqueza de sus creaciones y los que quedamos nos perdemos de un pedazo de mundo. Algunas de éstas pérdidas, precipitadas y atroces, son invaluables. 

Asesinaron a Don Moi. Y tal vez por haber probado el mezcal que él preparó su muerte me está doliendo.

Porque miro alrededor y parece que todo ésta tranquilo, se puede vivir, nos podemos seguir quejando del tráfico, de los jefes, de la escuela, de todo. 

Pero no ver que esto está aquí al lado de una, es estar ciega.

Es ser cómplice de la impunidad.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Lalo




Ir con Lalo me hace bien.

Siempre salgo con una sonrisa y un deseo que no me atrevo a decir en voz alta: que esto no acabe. Por qué sé que va a terminar como pasó con la danza y el náhuatl. Pero todavía no. 

Él es de los mejores maestros que he tenido, me enseña un lenguaje nuevo con las manos y todas las clases son como participar en un concierto. Veo de cerquita al cantante que se deja ser en el escenario.

Si hubiera conocido a Lalo antes que al matemático, sin duda me hubiera dedicado a la música.

Yo quiero ser como él, no de grande, que ya estoy lo suficiente. Quiero ser como él en este momento.

 Quiero vivir en un estado de pachequez aunque no fume nada, tocando con el corazón y enseñando. Sin ponerle tanta crema a los tacos, serena, segura, en fin, sabia.

Cuando termino el día con la clase de Lalo, todo se compone, vuelve a tomar su causa y se agradece estar viva.

Gracias Lalo. En este tiempo tus canciones me salvan de mí, del mundo.

martes, 10 de noviembre de 2015

No se necesitan los viajes



Descubrió algo nuevo viajando por el mundo.
Hay quien no requiere salir de su mazmorra y simplemente
cobra certeza para hablar de la nada.

Caminó por senderos, nadó en todos los mares,
se aferró a los trenes y sus barandales,
tomó fotos, conoció muchos hombres.

Regresó a su casa muchas veces,
se inventó nuevas rutas en el mismo camino
escribió, escuchó, naufragó en internet.

Hasta que un día lo supo:
nada tiene sentido. Somos polvo de agua.
Somos terror vivido.

Con cada amanecer nos gastamos un poco
y por la tarde siempre esperamos el sueño.
Pero no hay reclamo, ni amor o veneno.

No hay quien sepa lo que tu alma guarda
aunque todos añoremos lo mismo.

Un regazo, algo que alimente
una certeza, aunque sea solo una.
Algo que no se gaste, que alguien quede.

No hay salida del mundo
no todo es maravilla
al final todo termina roto.

Basta darme un rodeo: rodeo a mí
y sé que todo acaba.
Los amaneceres nos reclaman.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Mi fracaso

Hoy me puse a buscar unas hojas en blanco para escribir la historia de un fracaso.

Pero después pensé que ya que existe este blog, que ha estado medio dormido, más vale poner aquí lo que se debe.

Pues bien, solo es eso: he fracasado en la vida de oficina.
Y es una vida tan pobretona y mediocre que estoy agradecida.

Sin embargo, guardo como notas mentales unas cuantas enseñanzas de estos tiempos para que próximamente cuando la oficina haya dejado de ser mi vida cotidiana, no se me olvide por qué me voy, ni las cosas que viví.

También escribo porque sé que no soy la única que está atrapada, en un lugar y un momento en el que ella misma se puso y que cuesta tanto dejar. Quizá a alguien más le resuene en la cabeza esto y más allá de compartir la queja se mire y sepa que siempre, siempre es posible cambiar de jugada. Porque en definitiva este es un juego y tomar el papel de Godínez no es la mejor carta para jugar. Me lo gritan los 20 días de vacaciones que tengo al año, me lo gritan los ríos que no conozco, los amigos que no he visto y los libros que tengo que escribir.

Va un decálogo de las cosas miserables que he aprendido:

1.- En estas tierras - o mejor dicho, en estas alfombras - es tristísimo decirlo, no hay amigos. Hay personas a las que vas a tolerar y viceversa, pero abundan las que van a fingir que te toleran aunque en el fondo les resultes odioso.

2.- Todo lo que sale de tu boca se pondrá a circular tarde o temprano. Todo.

4.- Todo lo que hagas fuera de la norma será motivo de envidias y chismes.

5.- Por lo menos en los puestos de la función pública, tu conocimiento o capacidad NUNCA será lo que determine tu crecimiento. Ante todo debes ser un perrito fiel, esos que con maltratos o no, mueven la cola cuando se les llama. Si tú no eres así, olvídalo, será excepcional que algo camine.

6.-  La compañía cuesta. Si no sabes estar solo tendrás que pagar con lo más valioso que tienes: tu tiempo.

7.- Toda la "gente buena" que conocí, se convirtió en el trabajador promedio al año de estar en la oficina. Es decir, sus mayores preocupaciones se volcaron al dinero, los chismes de la oficina, la competencia desleal hacia los compañeros y cosas así.

8.- Pese a ganar lo suficiente para "comer bien" comerás peor que cuando no tenías trabajo.

9.- Deberás prepararte mentalmente para estar decenas de horas en un lugar que no te gusta, con gente que no elegiste, haciendo un trabajo inútil.
 
10.- Vas a rumiar. Es difícil no rumiar, porque después de todo, un fracaso es un fracaso y cuesta despegarse de éste vaivén, del pago seguro a final de la quincena.

Estar a la espera de que algo cambie no es suficiente pero si sabes que aquello no se mueve, quien debe moverse eres tú misma.