Supongo que es difícil no tener quejas.
Una vez vi cómo hacían un strudel, era increíble lo delgada que la masa se podía hacer, lo lisa y lo maleable que resultaba, y luego venía todo aquel asunto delicioso de rellenar, poner a hornear y comer. Sobre todo comer.
A riesgo de ser tremendamente chafa, por simplona, diré que el tiempo es esa masa, lo veo.
Pienso que es triste y a la vez soy tan afortunada. Tantos años y la verdad es que siempre he vivido con el pendiente sobre mi cabeza. Hacer la tarea, pasar exámenes, titularme, trabajar, otra vez titularme, levantarme temprano, hacer tal o cual cosa, chiquitearme las vacaciones, no desvelarme, no tardar en regresar a la oficina, viajar pero no conocer, correr todas las mañanas y programar mi despertador interno para no llegar taaan tarde, escribir, estar en reuniones, hacer llamadas, hacer que haces, volverte loca, dejar de pensar y un día llorar porque simplemente no sabes qué estás haciendo, ni cuándo podrás parar. Hasta que paras. O no.
Otra vez vuelvo a necesitar el sueño. El insomnio siempre me orienta. Cuando el sueño se me va siempre ando mal, quebrada por dentro. En la frontera entre la vida y el pensamiento machacón y pesado.
Pero pronto por un tiempo, unos meses, tal vez algunos años, mi tiempo será mío y esa idea me enamora.
Una vez vi cómo hacían un strudel, era increíble lo delgada que la masa se podía hacer, lo lisa y lo maleable que resultaba, y luego venía todo aquel asunto delicioso de rellenar, poner a hornear y comer. Sobre todo comer.
A riesgo de ser tremendamente chafa, por simplona, diré que el tiempo es esa masa, lo veo.
Pienso que es triste y a la vez soy tan afortunada. Tantos años y la verdad es que siempre he vivido con el pendiente sobre mi cabeza. Hacer la tarea, pasar exámenes, titularme, trabajar, otra vez titularme, levantarme temprano, hacer tal o cual cosa, chiquitearme las vacaciones, no desvelarme, no tardar en regresar a la oficina, viajar pero no conocer, correr todas las mañanas y programar mi despertador interno para no llegar taaan tarde, escribir, estar en reuniones, hacer llamadas, hacer que haces, volverte loca, dejar de pensar y un día llorar porque simplemente no sabes qué estás haciendo, ni cuándo podrás parar. Hasta que paras. O no.
Otra vez vuelvo a necesitar el sueño. El insomnio siempre me orienta. Cuando el sueño se me va siempre ando mal, quebrada por dentro. En la frontera entre la vida y el pensamiento machacón y pesado.
Pero pronto por un tiempo, unos meses, tal vez algunos años, mi tiempo será mío y esa idea me enamora.