miércoles, 9 de diciembre de 2015

Depende...

"Depende de cómo te portes"

Me dijo la señora Lupita que es quién hace la limpieza en la oficina.

Ayer fue su cumpleaños o mejor dicho, su santo. Dice que le regalaron varias rebanadas de pastel y que muchos la felicitaron y le dieron regalos.

- Le fue bien
- Depende de cómo te portes - Me contestó

Y me quedé pensando en eso.

Al principio asentí pero ¿qué significará esa frase para ella?

Los trabajadores que hacen la limpieza son los que tienen las peores condiciones de trabajo, vienen desde las 7 y se quedan hasta las 21 horas; no tienen una horario asignado para comer;  a final de quincena siempre se quejan porque no les pagaron a tiempo; tienen algunos días de vacaciones, creo que van de 5 a 10 dependiendo de la antigüedad; y además ganan lo indispensable para vivir al día.

Ellos deben tener mucho cuidado con la gente. Sobretodo con los que tienen más poder, no importa si éste es real o ficticio. Atendiendo a este cuidado, he notado como Lupita hace distinciones entre los que se visten más Godínez que otros, porque la ropa distingue y clasifica. Se nos nota la pobreza por la ropa que usamos pero sobretodo por el trato hacia los otros y estamos entrenados para distinguir eso.

Lupita hace las siguientes distinciones:
 
Para ella, yo soy la Abril, mi amiga es la Martha y en general, si eres no tan vieja, estás en determinada zona del piso tu nombre siempre lo acompaña con un "la". En cambio mi jefa y muchas otras encopetadas son las maestras.

Lupita sabe que puede llegar a mi lugar a sentarse y tomar un respiro de sus actividades y también sabe que no debe y no puede hacerlo en el lugar de algún "maestr@".

Ella evita a toda costa un desencuentro con las maestras, siempre las atiende primero y hace la limpieza cuando no están cerca. Es de ellas de quien más se cuida.

Las maestras fueron en su mayoría las que le regalaron algo en su santo. Las otras le hemos dado, cuando hemos podido o lo recordamos, una ayuda por lavar nuestra taza, por navidad o para apoyarla durante la enfermedad de su marido. En esos momentos complicados ella sabe con quienes puede contar pero paradójicamente decide anteponer a las maestras en diversas situaciones. 

Si ella no hiciera esas distinciones, si se limitara a cumplir con su trabajo o incluso hiciera amistad solamente con quien ella se siente más a gusto, eso no sería portarse bien y entonces adiós rebanadas de pastel.

Las maestras la aprecian, si es que a eso se pueda llamar aprecio, porque Lupita acepta su lugar y a su vez les da el lugar que ellas sienten que merecen. Eso quiere decir portarse bien.

Es algo bien triste eso de aceptar el lugar que los otros te quieren dar de acuerdo a tu ropa o a que tanto dinero o cosas tienes.

Esa actitud se mama todos los días, en todo momento y luego se tapa con frases que se supone deben  hacer más llevadera la humillación y la injusticia.

Esa injusticia que nos hacemos a nosotros mismos.

martes, 1 de diciembre de 2015

Los normalistas

Tampoco conocí a los normalistas que desapareció el narcogobierno.

Sin embargo, los he visto desde hace años en las marchas, venidos de muchos lugares de México. Muchachos de piel morena con mantas enormes, a veces muy formaditos en sus contingentes y otras más bien festivos y sonrientes, gritando consignas.

Ayer escuché a un locutor decir que las normales no son semillero de guerrilleros, como si, en caso de ser cierto, eso demeritara en algo a las escuelas. Pensé qué aquel locutor expresa la idiotez cotidiana, no sólo de México sino del mundo. En contraparte se puede decir que actualmente miles de escuelas en el país son semillero de mano de obra barata y de futuros trabajadores mediocres o desempleados pero esto no le preocupa a nadie. Ni siquiera a los padres.

Están matando mucha gente en nuestro país, gente valiosa que trabaja, que piensa y que por lo menos tiene el coraje para hablar que ya es mucho cuando ser agachón es premiado a todos los niveles.
Recuerdo cuando los jóvenes del CCH tomábamos los camiones para ir a las marchas. Jamás pensamos que eso ameritará arrancarnos el rostro o desaparecernos. Y todavía hay quien lo justifica y dice: “¿Pues qué andaban haciendo esos muchachos?” 

¿Se debe escupir en la cara a quien opina así? ¿O llorar por la perfecta idiotez de esa persona?

Puestos a prueba, estamos quedando los más cobardes y duele decirlo.
Acá somos cómplices todos y los cómplices no pueden decir que no sabían. Porque de sobra sabemos.
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