jueves, 4 de diciembre de 2014

Esta y aquella

A veces es necesario no ceder a la locura del mundo. Hay etapas en las que uno aprende una marejada de cosas. Estos meses han sido un período así, no hay día en el que no aprenda algo.

Por ejemplo, hoy aprendí algo sobre mi. Creo que nunca he estado mejor que ahora, es raro decirlo, voy a intentarlo.

Decir que sufrí bastante en la primaria porque tenía que estudiar mucho para pasar bien los exámenes, es decir poco. También había otras cosas que aprendí a desarrollar, la capacidad de perderme en algo, adentrarme tanto porque le veía un sentido, este tiempo he sentido un empujón a hacer, a caminar a crear, a compartir, a aprender, y esa lucecita estaba apagada desde que entre a la facultad.

Tenía curiosidad de saber, pero algo en la escuela hace que uno tenga en ocasiones una curiosidad malsana, me refiero a la acumulación del saber no por el saber, sino por la acumulación, como cuando uno compra muchos zapatos o comida. Este tiempo, después de rodeos creo que he sido otra, no en el discurso, sino en el acto. Y esa otra me había gustado. Hasta hoy.

Hoy me veo en otro lado y se empieza a gestar la necesidad de cambio, pero con una herramienta que creía perdida para siempre, abril en modo eficiente, concentrada, segura, clara.

Clara, como pocas veces lo he estado. Quiero ser esa y aquella, serlo de muchos modos.

Estoy feliz, en este fugaz momento me siento bien.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Sin lugar

Y quizá así puedo comprender a los vagabundos. No es decepción, ni sueños rotos, es simplemente, quedarse sin lugar, no entrar al juego.

Hablo de obeceder, ganar un trabajo, dejar que la vida se nos consuma en él, despertar con el recuerdo del sueño que se repite cada noche.

A eso se le podría llamar la muerte del deseo. Y suena extraño porque parecería que si aquello se pierde nada queda.

lunes, 9 de junio de 2014

El taller

El taller de mi papá olía a  madera.

Ahí todo cortaba, incluso mi voz, no podía interrumpir el trabajo de los hombres, ellos parecían otros cuando tomaban el taladro, median y serruchaban la madera.
Contrastaba el aserrín que yo juntaba para hacer pasteles, ahora que lo pienso ellos y yo tomábamos la naturaleza de los objetos, supongo entonces que la madera debe ser sería y concentrada, incluso gruñona; el aserrín es un material de juego, de resane, no tiene nada que perder, puede ser polvito o convertirse en un pastel sustituto de la arena y la tierra.
Me sentía como una carpintera…no es cierto, ya dije que yo era como el aserrín de la madera, la hijita de un carpintero. Eso era cuando estaba en el taller, en los otros momentos era la hija de una especie de ogro,  un maestro, un sacerdote, un fanático religioso, un socialista o un guadalupano, había tantas abril como papás.
En ese lugar lijaba maderitas que eran los muebles de mis muñecas o jugaba con el resistol, me mareaba con el olor del barniz y me aprendía los nombres de la herramienta.
Era bonito estar en el taller viendo trabajar a mi papá y a mis hermanos, Marco siempre estaba entretenido y cantaba o silbaba, se ponía un lápiz en la oreja y hacía trazos de los muebles en la madera. A veces yo también me ponía un lápiz imitando a mi hermano, pero siempre se me caía.
Desde entonces me ha gustado ver a los hombres trabajando. Aunque el taller y esos hombres ya no existan. Aunque siempre sean otros y qué bueno, los hombres que hoy veo.



viernes, 6 de junio de 2014

La droga

El otro día supe que las canciones tienen colores.
Por ejemplo, las de Manu Chao son flores animadas que giran al ritmo de la música.

Los colores tienen fuerza y son únicos si se les sabe mirar.
La comida despierta diferentes puntos de la boca.

Y la cerveza puede ser un río en la garganta.

Y hay canciones que derrochan alegría sin necesidad de otras combinaciones o a pesar de las mismas.





La bicicleta




La bicicleta
 Yo en bicicleta. Con miedo, con terror, con pánico. ¿Dónde vivía ese miedo cuando de niña andaba en las calles? Supongo que lo podía canalizar a los exámenes.
El caso es que desde hace unos cuatro años, compré una bici era negra, delgada y creo que me quedaba un poco grande. La robaron a los pocos meses de haberla comprado, y lo peor fue que la usé unas cuatro veces, a lo mucho.
Después tuve otra que me llevó a Tepoztlán, en un viaje que me sigue pareciendo increíble, aquel en el que Isra me acompañó, como hubiera querido que un hermano me acompañara al menos una vez en la vida, a algún sitio o hacia alguna idea.  
Desde hace algunos meses llego a mi trabajo en bici, los carros dejaron de darme miedo, las subidas se han ido aplanando y mis piernas vuelven a ser fuertes y poderosas, yo que nunca he tenido algo poderoso.
No podía ni imaginar que fuera tan bueno, ni ustedes sabrán de que hablo si no la han usado. Ahora pienso en los días que faltan, llenos de bici, de cansancio, de alegría porque finalmente dejé de imaginar para vivir y porque estás dos piernas son cada día más mías.
 

Ausencia

A veces uno escribe mientras piensa.
Se ocupa de vivir.
Se lleva sorpresas con sus transformaciones.

Y aunque los días cambian hay cosas que siguen. Por ejemplo, el deseo.
Y este deseo es uno que va tomando forma, muy lento, casi se parece a un olvido, a cosas muertas.
Y sin embargo, viven.

Esto es lo único mío, yo que no tengo nada, que todo lo pierdo.

Tengo esto con ustedes. No es mucho pero es lo más importante.

domingo, 12 de enero de 2014

Inés

Jugábamos a "por dónde sale el sol", que consiste en la discusión entre dos señoras. Una de ellas tiene una larga fila de hijos agarrados fuertemente uno detrás de otro y la otra doña va sola. Mientras una dice que sale el sol por un lado, la otra la contradice y señala el lado contrario. Al calor de la necedad, la sola le dice "a qué te quito un hijo" y la otra responde "a que no" y así comienza la lucha para arrebatar al niño que está al final de la fila. Sus hermanos deben evitar que se lo lleve, porque una vez que lo arranca se convierte en aliado de la robachicos y juntos se van llevando a los demás hijos.

No sé si se den una idea, pero éste juego era de lo más divertido, aunque entre tanto jaloneo solían sufrir mucho los niños más pequeños. Como Inés.

A ella le cayó encima su "mamá". Inés era una niña delgada, morena y pequeñita. Y aquel día además de la planchadora que le aplicaron, una avispa la había picado en la mañana. Y para cerrar con broche de oro  a su verdadera mamá le picó un alacrán. La cosa fue así: cuando Inés llegó a su casa, su mamá salió a saludar a sus amigas, algo le cayó en la cabeza y se limitó a espantarlo como a una basura. Una coca cola con ajos, fue el remedio para la picadura, que en los fuereños podría ser mortal. Así acabo el día de Inés.

Cuentan que Inés se casó a los 17, tuvo hijos y se fue a Estados Unidos. Dicen y yo lo creo. Medio México está poblando la tierra que los gringos nos robaron.   

viernes, 10 de enero de 2014

Escribo

Escribo porque estoy sola. Y el vértigo es tan grande que no atino a hacer algo más. Si me quedo quieta empieza a subir, como ejército de hormigas, la desolación y la tristeza. Por eso tengo que mover los dedos, dejar que se deslicen y hablar sin hablar a nadie, a la nada. Son gritos del pasado que revivo de tanto en tanto cuando releo la historia, las fantasías, las divagaciones, los reclamos y susurros lanzados a la mar.
 Escribo para la que aun no soy, desde la que no volveré a ser jamás.