martes, 27 de diciembre de 2011

Sabiduría


Hoy vi, una vez más la película El señor de los anillos y recordé que la primera vez que vi morir a Gandalf me puse a llorar.
¿Cómo no llorar una muerte así?
Es más que un abuelo ideal. Un viejo que por más frágil que se vea al final es fuerte y sabio, con una dulzura precisa; además de tiene un estilo inigualable al fumar y un bastón para darle en la madre a "malos" y pusilánimes.
Creo que lloré porque pensaba "ojalá hubiera existido alguien que me respondiera las dudas que de niña llenaban mis días y la soledad que me carcomía en el kinder, un anciano en quien confiar, saber que si todo se esta cayendo a pedazos, queda él". Pero eso sólo está en la cabeza, supongo que por eso inventamos a Dios, a veces siento lastima por la gente que cree en Él, pero a veces también los envidio.
Aunque viéndolo bien mi deseo de un Gandalf es mejor que un Dios, porque el mago abraza, y si hay algo que me gusta son los abrazos de la gente que quiero.
La imagen que tengo de felicidad total instantánea siempre está acompañada de un abrazo.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Eso no pasa, me persigue en sueños,
es el camino pero también la confusión.
La amargura del tiempo que no vuelve pero que
consigue presentarse para recordar la traición, que es siempre autotraición.

Imaginar que existe el día después y no ver el peligro de quedar atrapado en esos días; sentir nostalgia y recordar las tardes cuando al llegar de la secundaria platicaba con mi hermana, sólo para revivir el día tras día, sin sospechar la trampa que espera cuando la realidad es mejor que los sueños, y luego ésta sólo se puede repetir en ellos.

Volver escuchar canciones francamente rídiculas que sin embargo, traen pegado el recuerdo... y entonces vuelvo a tener catorce años y a dudar, me encuentro en esa encrucijada y decido una y mil veces el camino de la autotraición que lacera en cada repetición.

Me consuelo (no realmente) diciendo que no podía saber, pero sabía, como lo se ahora, como el presentimiento de una tarde sin padres.

viernes, 9 de diciembre de 2011

La madre

Los niños parecen ser felices mientras ella no está, porque en cuanto llega se escucha el primer llanto en toda la mañana.

La madre llega a casa odiando todo lo que tiene que hacer, los calzones que debe limpiar y la comida que, aunque nunca cocina, se supone que debe dar a los pequeños.

Entre gritos, la madre se hace la ilusión de poner orden. Lo único que quiere es dormirlos para poder olvidarse del día que los parió.