miércoles, 23 de noviembre de 2011

El sentido

Los lugares comunes, el saber popular, las frases repetidas, algo tienen de cierto.
Atender a lo simple, quitarle la seriedad a los actos.
Reirte un poco de la neurótica que eres, de la importancia de llevar zapatos rojos o blancos a la fiesta, pensar en el examen en que sacaste cero, cero, cero, un redondito cero que no importó.

Dejar de lamentar el beso que no diste y la primera navidad que odiaste. Creerte, creer realmente que la vida siempre ha sido más simple y esa simpleza es con la que no podemos.
Solo queda un poco de miedo, porque si una descubre a sus treinta años que el ideal no es más que eso, que el sentido, aunque enlaza al otro, al final regresa a una misma, entonces hay un vértigo que atrae y desengaña. Los padres nunca han sido esos dos, las matemáticas no son mejores que la cocina.

Por otra parte, sucede que es difícil levantarse, dormir, hacer el amor, sin los ideales. El maestro deja de ser el maestro para pasar a ser simplemente otro; deja de ser trascendental lo que hago cuando se descubre que el sentido es un engaño.



Importa vivir conforme al deseo o por lo menos intentarlo, prensarse de él, tratar de no sufrir la vida ( y de hacerlo, intentar que sea bonitamente) y ahora que parece que ando escribiendo cosas vacías, las repito: siempre todo es más simple. Por eso muchos viejos se burlan de nosotros, pero los más necios y estúpidos mueren arrepentidos de su vida.

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