domingo, 3 de febrero de 2013

Los tamales

Hace unos días escribí sobre sabores perdidos y ahora escribo sobre sabores encontrados, o los que no se van. 

Le llamo a mi mamá y me dice "vengan a desayunar, hice tamales".

En mi casa los tamales estaban listos a media noche, si alguien quería probarlos debía esperar, ser paciente y estar dispuesto a que los sacaran solo para comprobar que les faltaba y los tuvieran que regresar otro rato al fuego. Pero la espera valía la pena, aunque de niña fui melindrosa, me comía varios tamales en esas noches.

La preparación era tardada y a mí siempre me tocaba remojar las hojas. Yo quería hacer tamales, igual que quería hacer pasteles, galletas o chiles rellenos, como mis hermanas más grandes, pero mi mamá no estaba para esas cosas, como buena dictadora de su cocina, aceptaba ayudantes torpes de mala gana.

Y no son los más ricos, pero tienen tanta historia acumulada que siento que me como un pedazo de infancia: ver a mi madre trabajando en la casa,  a mis hermanas alrededor de la mesa rellenando las hojas, mi familia esperando los primeros tamales, esos que casi quemaban la boca de tan calientitos.

Tantos años de pelea han oscurecido esas cosas, ahora es que puedo recordarlas con nostalgía.

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