viernes, 6 de septiembre de 2013

Paulo

Le pedía a Dios no ser infiel en ese viaje. Y es que ya había visto varias mujeres hermosas sonriéndole, como animándolo a seducirlas.

"Ayúdame Dios mío, quiero mucho a mi esposa". Aunque las oraciones daban risa, eran necesarias. Apenas unas horas de viaje y todas las muchachas, o por lo menos las más jóvenes, ya se empezaban a enamorar de él.

Paulo sonreía, como si la vida siempre fuera bella.

Y es que la vida no es bella, al menos no siempre. Pero cualquiera agradece a los que en tiempo de desgracia, pueden alburear o decir algo chistoso que haga recordar la música.

Y luego ese respeto profundo y cariñoso a los indígenas. Ellos lo llamaban Pablito y hablaban de él como si fuera un niño, con igual cariño.

Con eso y su cara delgada, su elevada estatura, sus dientes blancos, iba enamorando a las muchachas neo hippies que lo conocían. Por eso Pablito tenía que rezar.

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