miércoles, 22 de marzo de 2017

El tiempo

Supongo que es difícil no tener quejas.

Una vez vi cómo hacían un strudel, era increíble lo delgada que la masa se podía hacer, lo lisa  y lo maleable que resultaba, y luego venía todo aquel asunto delicioso de rellenar, poner a hornear y comer. Sobre todo comer.

A riesgo de ser tremendamente chafa, por simplona, diré que el tiempo es esa masa, lo veo.

Pienso que es triste y a la vez soy tan afortunada. Tantos años y la verdad es que siempre he vivido con el pendiente sobre mi cabeza. Hacer la tarea, pasar exámenes, titularme, trabajar, otra vez titularme, levantarme temprano, hacer tal o cual cosa, chiquitearme las vacaciones, no desvelarme, no tardar en regresar a la oficina, viajar pero no conocer, correr todas las mañanas y programar mi despertador interno para no llegar taaan tarde, escribir, estar en reuniones, hacer llamadas, hacer que haces, volverte loca, dejar de pensar y un día llorar porque simplemente no sabes qué estás haciendo, ni cuándo podrás parar. Hasta que paras. O no.

Otra vez vuelvo a necesitar el sueño. El insomnio siempre me orienta. Cuando el sueño se me va siempre ando mal, quebrada por dentro. En la frontera entre la vida y el pensamiento machacón y pesado.

Pero pronto por un tiempo, unos meses, tal vez algunos años, mi tiempo será mío y esa idea me enamora.


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