domingo, 25 de septiembre de 2011

El cansancio que nos hace bien

Tengo un cansancio que me hace bien.
Todavía es domingo y ya saben, o tal vez no, que tengo una relación complicada con estos días. Pero hoy es distinto.
Me levanté con ganas de escuchar lo que pasa afuera de mi casa, y tuve uno de esos flechazos, me vi haciendo lo que en la adolescencia pensaba que iba a ser (y hacer). Momentos raros en los que te complaces casi completamente, como si te vieras de lejos y pensaras que quieres ser ella, hacer lo que ella hace, sentir eso y así.

Desde hace una hora digo que me voy a dormir, porque al final del sueño me espera el ruido de las mañanas y se que debo sincronizar mi sueño y aprovechar este silencio, pero no puedo, es como si algo dentro no se apagara.

Para explicar el cansancio que hace bien, lo puedo comparar con subir y bajar una montaña: sentir el peso de la mochila y el cuerpo con sabor a sal, las piernas adoloridas y fortalecidas, los paisajes y las caras de los amigos, sonriendo y cansados, la mirada que no alcanza a creer que ese día recorrió tanta tierra, pasito tras pasito. Más o menos así me siento.

Si han sentido el ascotedio que provoca estar horas frente al televisor, piensen que el cansancio que hace bien es exactamente lo contrario. Y sin embargo, para cerrar el día y guardarlo como ejemplo, sólo me haces falta tú, con tu abrazo y tus piernas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario