martes, 26 de junio de 2012

Botella de papel

Una marca en el cuerpo como un recuerdo, un límite, un aviso y una anécdota que va a sobrevivir a la madre. La botella rota, que podemos imaginar de vidrio verde o de refresco, se rompió y uno de los vidrios salió volando para clavarse en el brazo de su esposo, precisamente en el tránsito de una de las venas de aquel hombre de brazos enormes. "No ha nacido el hombre que me ponga la mano encima", y la botella le ayudó a recordárselo.

La madre del señor estaba loca de celos, para herir a sus hijitos sólo ella, pero ésta le ganó. Un triunfo modesto, casi simbólico, si uno consiguiera olvidarse de la sangre. Un triunfo a costa de una vida sirviendo, caminando hasta gastar sus piernas.

Atrapada en la botella de papel, mil veces más frágil que el vidrio pero también más engañosa. El papel puede ser cálido y hace olvidar al cuerpo que está encerrado, hasta llegar al punto de confundir el cuerpo con la botella. ¿Soy la botella de papel?, ¿soy el aviso o la anécdota de un límite o soy un más allá del padre?

Soy la palabra escrita que se queda, la que no esta hecha para leerse en voz alta o explicarse. La que desaparece cuando existe, la que nunca salió de su fronteras. Que en la botella de papel recuerda que las palabras viven y son siempre la metáfora del hambre y el hombre, que siempre que algo se nombra se habla de otra cosa. Que parece que estoy hablando de una mujer, un hombre y una abuela, pero hablo de mí, de las palabras de los dedos, del lenguaje de las manos de los recuerdos comidos en los años.

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