A veces quisiera apretar tu cuello, no tanto para matarte sino para zangolotear tu cuerpo mientras intentas safarte. Te miraría con una sonrisa tan sincera y simple que por un instante también tú sentirías ganas de reír, harías bien, porque eso provocaría el máximo de la ternura y mis manos poco a poco empezarían a acariciar tu maltratado pescuezo. Aunque seguramente, la necesidad de estar a la defensiva echaría todo a perder.
Y es que ¡cuánto te amo!
Y es que ¡cuánto te amo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario