La
gente caminaba como doblada por dentro. Los diferentes destinos los
transportaban a un lugar en común. La soledad.
Ella
iba a una entrevista de trabajo, acalorada y sin pretensiones. Se imaginó
sentada en la oficina contestando el teléfono, vendiendo productos que jamás
había probado. Despertar a las 5:00, bañarse, comer las sobras del día anterior
y viajar durante dos horas. Todo el paquete incluido por $4000 mensuales.
Al
tomar el microbús miró sus manos ya un poco arrugadas y con leves manchas
cafés. Los zapatos gastados, el calor, la acongoja previa al momento de vender
su alma.
Llegó
al lugar y cuando entró, una mujer le pidió que esperara y se fue a otro cuarto.
La oficina tenía las paredes sucias y las sillas gastadas. Llegó la mujer y con
una mueca que insinuaba bochorno le dijo que el trabajo había sido ocupado.
Afuera
de la oficina Irene sonrió, la suerte volvía a favorecerla. Compró el periódico
y de camino a su casa empezó a encerrar en ovalitos rojos las vacantes.
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