Son abuelas rodeadas de cariño (o quizá solo de gente), hijos de sesenta años que no dejan de ser niños en busca del calor, la aprobación o la mirada.
Mirada materna brutal, con calidez de juicio, precipitada y dura, paradójicamenete necesaria como las inyecciones.
Los hijos y nietos la rodean, participan del festín de las arrugas, los recuerdos añejos, la histeria caducada, planchada y vuelta a usar.
Y ellas son las reinas en medio de los hombres y mujeres que padecieron, ¿o se dice parieron?
¿Cómo dejar de saludar ese cuerpo límite, frontera de amor, huesos rotos y dientes postizos?
Mirarse en ella.
Saber que jamás, ninguno de ellos, va a despertar la devoción de la matriarca.
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